Tuesday, August 03, 2010

Ana Arzoumanian: Lecturas en Bartolomeo

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http://www.youtube.com/watch?v=YjN-8K8HX4Y


En Nueva York no hay jazmines

Hay un barbero, un psíquico
y una tienda de zapatos
en la cuarenta y nueve.
Hay el vientre desnudo del cielo,
sus lunares abanderados.
Hay edificios con barcos y velas.
Desde la bañera veo los teatros
y los barcos y las velas
moviéndose,
y mostradores y tragaluces y puertas giratorias
que flotan en el agua;
se mueven.
Hay cristales que irradian su luz
como iglesias góticas.
Veo esa vibración desde mi bañera,
el aletear de los museos, de las cafeterías.
Toda Nueva York se mueve.
No es una caricia.
Son los animales de topacio y bronce
soltando sus músculos desde el aire.
Sus lenguas frenéticas
haciendo desaparecer
toda demora, avanzan.
En Nueva York no hay jazmines.
Tomó la punta del fusil y me midió.
Eso pensé cuando pensé en no volver.
Pensé, diría eso.
Diría que el fusil fue menos frío adentro,
Diría: Él tomó la punta del fusil y me midió
mientras yo bebía las velas de sus barcos.
En Nueva York no hay jazmines,
hay hombres.
Mostrame lo que me da más miedo,
me pide.
Para mostrarle lo que le da más miedo
tuvo que desaparecer toda demora en mí,
saturar un no volver
como morirme en la medida de un fusil.
No es una ciudad para vivir
me cuenta una vendedora
del barrio judío del negocio de kipás.
No es una ciudad para vivir;
para desaparecer.
La piedra rojiza
el granito rosa
la isla estrecha y alargada
rodeada de ríos,
los manteles a cuadros
rojos y blancos,
los templos budistas
y las sinagogas
y las iglesias
se mueven.
Más y más rápido
la velocidad
ahora es
agitación.
Buscás a una ahogada
en aguas negras,
ves cómo se degradan los tonos,
cómo me arrastro
hasta un sin fondo,
me arremolino.
Estás en una película.
me decían,
y yo pensaba
¿puedo todavía hablar de mí?
El cine hace del mundo
un relato:
yo un conjunto
de carteles
de imágenes
que se difunden se propagan
sin pérdida
sin resistencia,
chapotean
ondulan
en el agua.
En la tabaquería
los clientes fuman
cigarros abultados.
Un agua de una vereda de paseantes
bebiendo café
en vasos de cartones
parecidos a los plásticos
con los que tapan a los muertos.
Dejar de alistarnos como mercenarios,
devolver las palabras
al amparo del pubis.
Sostener con la mirada lo que vemos,
y no esta serie de postales
el océano de asientos
de terciopelo rojo
en la suma de monumentos
de teatros
de bastidores.
En el océano hay un navío
preso entre cristales
con pasajeros cantores,
náufragos devolviendo al mar
lo que es del mar.
Desde el cristal negro de los techos,
allí donde pasa el navío,
donde está preso, pero se mueve,
se puede adivinar
un pasado vegetal
jardines geométricos
de una ciudad radiante
con su movimiento de luz
de aire de césped.
Desde el cristal
se ve un navío, huyendo,
y ya no se sabe por dónde pasa.
Ahora nuestros propios rostros
sobre el cristal
se mueven.
Todas las historias
aparecen simultáneas.
No podemos recurrir
a esa táctica policial
de impedir el movimiento
del sospechoso.
Es Egipto que está migrando
en esta Nueva York sin jazmines.
Entro al Café Reggio.
Un hombre
sentado en una mesa
cercana a la  mía
me pide un sobre de azúcar
me dice, I’m turkish and you?
No es suficiente
quemar todos los archivos.
Los hechos se gastan,
los fantasmas inventan sus recuerdos.
¿Turkish, se escribe en mayúscula
o en  minúscula?
El pasado se oculta
detrás de la mirada
en lugar de disponerse
por delante.
Intermitencias de ver
tu vello
más adentro de mis ojos.
Un vello mojado
en lo húmedo del verde
¿You, se escribe en mayúscula
o en minúscula?
Un café italiano
en Greenwich Village,
la bohemia
de los Medici,
las pinturas de Caravaggio
en las paredes.
Me había cortado
las uñas
para no lastimarte
cuando mi caricia subiese
por tus nalgas.
Tu cuerpo ebrio
resistiéndose,
su antes
su después.
Lo que puede
tu cuerpo
en los ejércitos del mar,
saliéndose.
La fisura se ensancha,
nos introducimos
en una ceremonia,
un carnaval
donde desaparece
el cuerpo visible;
el pedazo de historia
que arrastra consigo.
Filmar la palabra
una lengua negra
que haga aparecer
un cuerpo nuevo.
Lo que vino después
de haber hablado.
Donde acaba la caricia
comienza mi cuello,
la presión de tus dedos
ahorcándome.
Es cuestión de tiempo,
una hora más.
Una hora más
para ver piedras
en lugar de montañas.
Ahora soy yo
la que se pone abajo.
Una marea baja
trae consigo
una cosmología de galaxias,
puntos, planos, un volumen
donde se fatiga el mundo
hasta hacerme sangrar.
Me persigno
como si fueras una iglesia
frotándome en tu mirada,
sobre los colores que ves
capas sobre capas
hasta llegar a  algún pasado.
La memoria
no son los recuerdos,
es una membrana
donde ahogar a los muertos.
I’m turkish and you
en una Nueva York sin jazmines.
A velocidades crecientes
se invierten los suburbios
los ghettos
los campos de concentración,
se prolongan
se precipitan.
Nunca hubo un pueblo aquí.
Un animal bizco
extravía sus ojos
cuanto más se acerca
a su presa.
El intercambio
entre la infinidad de pueblos
y yo
que estoy rota
en suburbios
en ghettos
en campos de concentración.
Yo bizca
extraviando mis ojos
Invento un pueblo
aquí.
Un ejército de mar
tus dedos
mojándome en las olas
un agua fría
en tus dedos de algas
sobre eso que se abre
en mí.
Un animal desesperado
aprieta la punta.
Las imágenes
de lo que he sido
se superponen
como alucinación.
Tu  vena espesa
debajo de mi lengua
la última gota
destilando
cuando aprieto.
Y tus dedos de algas
refrescando el agua
de mis mares.
Y la pregunta
en el carnaval de los cuerpos
I’m turkish and you?
buscando un rostro
en mis ojos extraviados
donde unos muertos
se ahogan.
Cambiemos los objetos
en el teatro
de operaciones,
ahí donde decían
nos equivocamos
en dejar gente viva,
donde se dice
no vendaban
los ojos de los fusilados;
capas mudas en trance
una ráfaga
de series de palabras
formando un atlas
cruzan la escena.
Matar la imagen.
Una catástrofe
es el desenlace desgraciado
de un poema;
cambiemos el final.
Me acariciás
esa línea que se hunde
en la espalda,
ese surco
en esta Nueva York sin jazmines.
Un barco volcado
la isla desierta
con sus peces agonizando
en el agua
faros que perforan
frenéticamente
la oscuridad con sus rayos.
Todos somos extranjeros aquí.
El desterrado cruza
el océano
llega hasta la sólida
agua del puerto.
La noche
es tan tibia
como el agua.

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